Reflexión. Después del coronavirus
Por Vicente Rotger. Socio fundador del Cercle, economista y presidente de Distribuidora Rotger.
He seguido con sumo interés las distintas aportaciones al debate acerca de las consecuencias de la crisis del Covid-19.
El proceso de esta crisis sanitaria, de dimensión difícilmente previsible y la consecuente crisis económica, de enormes proporciones -inimaginable hace escasamente unos pocos meses- entiendo que puede llevarnos a una revisión sistémica y de paradigmas de amplio alcance. Por ello, aun sabiendo que me aparto de las valiosas iniciativas y propuestas de todo tipo que, por vuestra parte, habéis realizado acerca de actuaciones convenientes y posibles, en este momento, me permito compartir con vosotros algunas reflexiones.
La Humanidad, tan presuntamente sabia y arrogante, que envía cohetes a la luna y que con la ayuda de las nuevas tecnologías parece que no tenga límites, es, por el momento, incapaz de vencer al virus y, hasta ahora, la mejor estrategia para hacerle frente ha sido esconderse. ¿Estamos gestionando adecuadamente los enormes conocimientos que tenemos y los inmensos recursos que nos ofrece la Tierra? ¿Es sensato que el 1% de la población posea y administre el 99% de la riqueza del Mundo? En el año 2006, entre las diez primeras compañías mundiales, una pertenecía al Sector Tecnológico. En el año 2019, eran siete y el valor de las cinco primeras equivalía a más de tres veces el PIB de España.
Creo que nadie puede negar las ventajas que aporta la globalización, pero es lícito preguntarse si deben existir algunos límites y cuestionarse, a la vez, si la arquitectura política e institucional que gobierna el Mundo es capaz de dar una respuesta adecuada y eficaz a sus necesidades.
Al tiempo que la economía se ha ido globalizando, no hemos conseguido crear gobiernos, organismos o instituciones que puedan ordenar este universo global. Por el contrario, especialmente desde la Presidencia de Trump las instituciones supranacionales (Onu, Unesco, Oms,etc.) han ido perdiendo peso y se incumplen, impunemente, acuerdos intenacionales de Comercio, Cambio Climático, etc.
A nivel europeo, el Brexit, las derivas totalitarias de algunos países del Este (Hungría, Polonia) y la visión cada vez menos “comunitaria” por parte de muchos países, ponen en duda el futuro de la Unión Europea como ha puesto en evidencia la imposibilidad reciente de hacer un frente común al Coronavirus y sus consecuencias.
En España, tenemos que lamentar la insolidaridad entre territorios y, muy especialmente, entre partidos y dirigentes políticos que intentan obtener réditos políticos a la tragedia del Coronavirus. Por contraposición, mi respeto y consideración al líder de la oposición portuguesa que se dirigió al Presidente de su Gobierno: “Señor Primer Ministro le deseo coraje, nervios de acero y mucha suerte. Porque su suerte es nuestra suerte, la suerte de nuestro país”
Por otra parte, la pérdida de peso del periodismo serio, sensato y responsable, la manipulación de la información y la utilización cada vez más zafia de las “fake news” apunta a la descarada defensa de intereses particulares (políticos, económicos, sociales) en contra del interés general y ayuda y fomenta la aparición de opciones populistas y extremistas, de mal recuerdo para nosotros y para nuestros conciudadanos europeos.
Cierto es que esta pandemia ha puesto en evidencia actitudes miserables de nuestra sociedad (especulación de mascarillas y otro material sanitario, mensajes de auténtico odio en las redes sociales, proliferación de los “profetas del pasado”, de los que ya lo sabían, de los que no se hubieran equivocado porque era todo de prever). Pero también es cierto que se han puesto de manifiesto posiciones nobles y solidarias, de las que debemos sentirnos orgullosos. En primer lugar, la actuación de los sanitarios, de los cuerpos de seguridad, de los empleados de supermercados, farmacias, kioscos de prensa, repartidores y de tantos otros que ha hecho posible soportar el confinamiento; de los voluntarios que ayudan a las personas más vulnerables, repartiendo comida, medicinas, compañía; de las personas y empresas que han aportado material sanitario, se han puesto a hacer mascarillas, han aportado medios logísticos gratuitos y algunos que han podido practicar su generosidad con importantes aportaciones, a pesar de algunas críticas miserables.
Es la oportunidad de reflexionar, de elaborar propuestas y de actuar. Con generosidad, con altura de miras. El pasado domingo Antón Costas se preguntaba en El País si era el momento para ampliar el contrato social como mejor forma de hacer frente a la crisis. El momento sí, esperemos que los actores también.