La crisis de las generaciones

por Daniel Innerarity


Se dice que las catástrofes, como esta del coronavirus, afectan a todos por igual, que no conocen fronteras, pero no lo parece, al menos si atendemos a las fronteras de la edad. Las guerras diezman a las poblaciones en sus jóvenes, pero esta crisis lo hará principalmente llevándose por delante sobre todo a sus mayores. Cada tipo de crisis tiene su propio grupo de riesgo y afectación. Si comparamos la crisis sanitaria y la ecológica, por ejemplo, nos encontramos con un impacto muy desigual. Esta crisis del coronavirus amenaza principalmente a los mayores, mientras que la crisis climática perjudica más a los jóvenes, que padecerán sus efectos más que quienes la han provocado o no han hecho lo suficiente para detenerla; es otra de las razones que explican que en una sociedad envejecida haya una mayor reacción al coronavirus que al cambio climático. Por eso se ha podido afirmar que la crisis del coronavirus es una crisis de los mayores y la crisis climática es una crisis de los jóvenes. Dramatizando al máximo esta tensión, el gobernador de Texas Dan Patrick criticaba el confinamiento y defendía la continuidad de la actividad económica asegurando, con una lógica brutal, que los abuelos deberían estar dispuestos a morir para salvar la economía de sus nietos. Nuestra aspiración como sociedades democráticas ha de ser la inclusión, es decir, tratar de tener en cuenta los intereses de todas las personas, pero que haya ese deber no significa que la tensión no exista.

Muchas de las decisiones que tomamos tienen repercusiones en términos de justicia generacional porque impactan más en unas generaciones que en otras. El aumento de las pensiones importa más a las personas mayores mayores (porque son quienes las reciben o las van a recibir), mientras que el cuidado del medio ambiente debería preocupar más a los jóvenes, que son quienes sufrirán el cambio climático. En cambio, quienes tienen una expectativa de vida más corta apenas notarán los inconvenientes de una degradación que impactará sobre todo en un futuro no inmediato. Del mismo modo que muchos boomers pueden estar poco sensibilizados para las cuestiones ecológicas (que apenas les afectarán y no estuvieron en su formación política) los millenials son cada vez más conscientes (la movilización en torno a Greta Thunberg fue un cambio significativo a este respecto) de que el bien común medioambiental les incumbe especialmente e incluso pueden sentir que pagarán los costes de un consumo y una carga de pensiones que no están disfrutando.

El contrato que fundamenta nuestras sociedades no es solo entre los miembros de una misma generación, como los trabajadores y propietarios actuales cuyos interesen se transaccionan en la típica negociación sindical; el contrato social también debería equilibrar los intereses entre quienes tienen horizontes temporales distintos y unos incentivos muy diferentes a la hora de preocuparse por el futuro. La dificultad de encontrar un equilibrio justo entre costes y beneficios es todavía más aguda cuando una sociedad en la que convivían al mismo tiempo cuatro generaciones (cada una con sus intereses específicos) pasa a ser una en la que conviven seis generaciones. Estamos moralmente obligados a tomar en consideración los intereses que quienes ya apenas los pueden defender (como los ancianos) y los de quienes todavía no los pueden hacer valer (como los niños).

En sociedades envejecidas la balanza se inclina preponderantemente a tomar en cuenta los intereses de los mayores, que presionan más que los jóvenes, no sólo porque es la generación que se formó políticamente en torno a las protestas de mayo del 68, sino porque son más. La mera cantidad de votantes en esa franja de edad hace que ningún actor político tenga incentivos para atender más los intereses de otras generaciones. La contienda electoral es cada vez más una lucha por el voto de los pensionistas. Dada la actual pirámida poblacional, defender los intereses de los jóvenes tiene menos réditos electorales que hacerse cargo de los de los mayores.

Las respuestas a la crisis del coronavirus implican también una ponderación de los intereses de las distintas generaciones. El debate entre los partidarios del confinamiento y los de la inmunidad respondía a una distinta ponderación de los derechos de las generaciones: el confinamiento daña más a la economía y por tanto a los jóvenes, mientras que el contagio controlado perjudicaría a los mayores y estropearía menos la economía.

Esta ponderación no es cosa de académicos; cualquiera puede identificar qué intereses son más preponderantes detrás de cada medida que se adopta. En el plano de los discursos, algunos políticos y analistas han intentado tranquilizarnos afirmando que esto “sólo afecta a los viejos” para minimizar su impacto, como si esas personas fueran una variable menor. En algunas ocasiones se han producido incluso fenómenos de gerontofobia. Hemos visto alguna tensión de este tipo cuando se trasladaba a ancianos de una localidad a otra y también contemplamos desolados el drama de los abandonados a su suerte en alguna residencia, revelador de una parte de nuestra sociedad que se desentiende de aquellos que nos trajeron al mundo y nos cuidaron.

Mi conclusión es que esto parece una crisis de las generaciones mayores pero en realidad es una crisis de todas las generaciones. Pese a la aparente incompatibilidad, nos equivocaremos si entendemos los intereses de cada generación como realidades completamente distintas. Las crisis nos afectan a todos, en términos de salud o económicamente, aunque sea de manera diferente. Una crisis económica futura generará muchos problemas de salud, del mismo modo que buena parte de las actuales dificultades para hacer frente a esta crisis sanitaria se debe a la crisis económica pasada.

Forma parte del difícil arte de la convivencia hacer compatible lo que de entrada no lo parece. Donde había un conflicto podemos descubrir una posibilidad de reconciliación. Lo que estamos viendo estos días es una gran movilización de quienes tienen edad de trabajar para cuidar mayoritariamente a quienes están jubilados. Las crisis son momentos de luchar por la propia supervivencia sin atender a la de otros, pero también momentos en los que se descubren aspectos de la realidad a los que no habíamos prestado suficiente atención e incluso que habíamos marginalizado expresamente, vidas desechadas y precariedad producida por nuestra propia irresponsabilidad. En este involuntario experimento colectivo también se realiza una sutura intergeneracional.