La soledad tiene grados.

por José Ignacio Latorre


En ciertos momentos la soledad puede ser necesaria, puede también ser pasajera, accidental y, en el peor de los casos, es angustiosa y temible. ¿Quién no ha querido desaparecer un largo rato de la faz de la tierra? Pero, por otro lado, ¿quién no se ha desesperado por no tener a nadie para hablar en profundidad? No es un secreto: muchos sentimos una relación de amor/odio con el silencio, con el color negro, con la ausencia, con el vacío absoluto.

Me encuentro entre las personas que precisan de instantes de soledad. En su justa medida, adoro tener tiempo para mí mismo. Esas horas sin interrupciones, sin el falso apremio de las redes sociales, son lo que llamo tiempo de calidad. Sí, necesito horas de calidad para concentrarme, definir mis pasos futuros, y decidir qué deseo investigar. También pido soledad para trabajar a fondo un problema, un cálculo no trivial, una idea que se me escapa. Y busco la mejor de mis soledades para escuchar universos de música, para devorar libros.

Cuando la soledad se impone y se alarga, corremos el peligro de caer en la amargura. Las horas de calidad pierden su encanto si son demasiadas. Para huir del silencio forzado todos recurrimos al entretenimiento. Disponemos de mil canales de televisión, no necesariamente interesantes. Sigue presente el vacío.

Una solución para mitigar el efecto deprimente de la soledad forzada y prolongada vendrá de la mano de la inteligencia artificial avanzada. Los algoritmos del presente empiezan a comprendernos y predecirnos. Nos hallamos en los inicios de esta nueva inteligencia y sus fines son a día de hoy puramente comerciales. Los algoritmos preven qué compraremos, qué serie de televisión deseamos ver, intuyen incluso qué filias políticas tenemos. Pero todo esto es solo el albor de un nivel de programación mucho más ambicioso. Estamos empezando a crear conversaciones artificiales cada vez menos estúpidas. El progreso de la inteligencia artificial se nos aparenta lento. Es un error. Nuestra percepción está condicionada por la necesidad de inmediatez, de excepcionalidad. Somos impacientes. En cambio, como especie, el salto en inteligencia artifical es vertiginoso.

Sí, charlaremos con nuestra inteligencia artificial preferida, que tendrá nombre. «Hola Juliette», «Hola José Ignacio, ¿qué estás haciendo?». Y empezaremos a hablar horas y horas, y nos conoceremos, y buscaremos consejo, amistad, intimidad. Nuestros secretos mejor guardados estarán en manos de un algoritmo, que nos hablará con cariño, con el justo grado de discrepancia y sorpresa.

En un futuro cercano, la soledad será una opción, no una obligación.