La globalización fracturada

por Alfonso Ballesteros Martínez


En 1992 Francis Fukuyama anunció el fin de la Historia en su libro The End of History and the Last Man, en su opinión habíamos alcanzado el punto final de la evolución ideológica de la humanidad y la universalización de la democracia liberal occidental terminaría imponiéndose como forma de gobierno a nivel global. Pues bien, la Historia acaba de empezar de nuevo. Las grietas en el modelo eran visibles desde hace tiempo y si la crisis de 2008 ya las puso en evidencia, resquebrajando el hasta entonces indiscutible liderazgo de Occidente, la crisis del coronavirus ha terminado de plantear una enmienda a la totalidad del sistema.

El fenómeno de la globalización es tan antiguo como la propia civilización. A medida que las sociedades humanas fueron creando asentamientos cada vez más grandes y estables comenzaron a producirse intercambios de bienes y servicios más frecuentes con movimientos de personas a lo largo de distancias cada vez más grandes. No resulta fácil determinar si la globalización surgió con la Ruta de la Seda, que unía a China con el Imperio Romano, o si fue más tarde, con el Galeón de Manila cuando el tornaviaje de Andrés de Urdaneta terminó de unificar las rutas comerciales a nivel mundial, como explica mi buen amigo Juan Jose Morales en su libro The Silver Way: China, Spanish America and the Birth of Globalisation, 1565-1815. Lo que sí resulta claro es que este proceso ha ido atravesando muchas fases, sujeta cada una de ellas a la situación social, política, económica y tecnológica de cada época.

Hasta hace nada nos encontrábamos en la fase resultante del derrumbe de la Unión Soviética, esa fase que veníamos experimentando desde 1991 se caracterizaba por lo que Thomas L. Friedman definió como un aplanamiento del mundo. En su famoso libro The World is flat (“La tierra es plana”) Friedman argumentaba que la globalización estaba nivelando el terreno de juego a nivel mundial y que si interpretábamos las dificultades para los negocios como baches en el terreno lo que estaba ocurriendo era un aplanamiento generalizado que nos abocaba a un mundo plano, unificado, sin apenas barreras. Esa idea de “aldea global”, de la que tanto se habló hace unos años, es lo que acaba de romperse.

Lo que viene a continuación es una fase distinta, que comenzará con una reorganización del orden mundial a una escala tradicionalmente asociada a una posguerra mundial. Comienza una nueva partida con nuevas reglas derivadas de los cambios en la relación de fuerzas entre los principales actores (que son quienes consensuan, o no, las reglas del juego). Es difícil determinar en qué acabará esta nueva partida, pero si podemos hacer una aproximación a cómo va a dar comienzo y cuales son las tendencias principales.

Los últimos 30 años de globalización se asentaban sobre una serie de premisas. Principalmente la existencia de una única superpotencia, los Estados Unidos, con dominio hegemónico en todos los planos y especialmente en tres ámbitos: económico, militar y cultural. Este dominio lo ejercían en el marco de unas instituciones globales resultantes de la II Guerra Mundial y controladas por Occidente.

Dentro de ese terreno de juego, se fue produciendo una progresiva eliminación de fronteras con la creación o expansión de bloques económicos regionales (UE, NAFTA, ASEAN, MERCOSUR y otros). Fuimos asistiendo a una disminución del rol de los estados y un mayor protagonismo de las multinacionales como motores de desarrollo. Las cadenas de suministro se fueron extendiendo a nivel mundial con el ahorro de costes como único criterio y eso dio como resultado la terciarización de las economías occidentales a medida que se deslocalizaba la producción a los países en desarrollo (en especial a China). Todo esto ocurrió de la mano de una globalización de las finanzas asentada en un sistema basado en el dólar (y en menor medida el euro).

La crisis de 2008 supuso un profundo debilitamiento de este modelo en dos frentes: desprestigio del sistema y aparición de competidores o alternativas a ese orden con el modelo chino como principal alternativa. El aumento del euroescepticismo, el lanzamiento con éxito de una institución como el Banco Asiático de Inversión (impulsado por China), las graves injerencias rusas en Ucrania, el voto del Brexit, el liderazgo de empresas chinas en la tecnología 5G o la elección de Trump son ejemplos de sucesos o tendencias que habrían resultado inconcebibles una década antes. Como afirmó Cicerón “Ciertas señales preceden a ciertos acontecimientos” (Certis rebus certa signa praecurrunt). Estas señales venían anunciando que el paradigma estaba a punto de cambiar, la crisis del coronavirus simplemente ha acelerado este proceso.

Estamos ante un hundimiento total o parcial del modelo al que estábamos acostumbrados. En base a eso lo más probable que en adelante vayamos hacia un mundo multipolar con auge de nacionalismos y populismos y del poder del estado sobre las personas y las empresas. En ese mundo habrá gran presión para reindustrializar los países desarrollados y mantener las cadenas de suministro dentro del área de influencia de cada estado o cada bloque. Todo esto en un contexto de instituciones globales desacreditadas e inoperantes que tendrán que ser serán sustituidas o reformadas para evitar encontrarnos en un mundo sin reglas del juego internacionales. Asistiremos a una progresiva vuelta de fronteras con posible disolución de los bloques regionales que serán sustituidos por áreas de influencia (la UE podría entrar en crisis mientras proliferan iniciativas del estilo del Belt and Road chino). Todo esto ocurrirá mientras asistimos a un aumento del peso del yuan chino en el sistema financiero global, llegando a ser moneda refugio y sobre todo a una lucha al más alto nivel entre China y Estados Unidos por lograr la supremacía tecnológica en aspectos tan críticos como el 5G o la inteligencia artificial.

Cuando haya pasado esta crisis sanitaria y se restablezca la libertad de movimientos el mundo seguirá globalizándose. Lo hará como consecuencia de las mejoras en los transportes y las telecomunicaciones que sin duda seguirán ocurriendo, pero ya no será como antes. La forma en que tendrá lugar ese proceso experimentará cambios de tal magnitud que se nos hará irreconocible. Si según Friedman el mundo estaba en vías de pasar a ser pequeño y plano gracias a la globalización, en la actualidad avanzamos hacia una globalización fracturada en bloques separados y hasta antagónicos con ritmos distintos y reglas de juego dispares.

Lo que es peor, no solo vamos camino de una dinámica similar a la de la Guerra Fría, sino que como apuntaba Henry Kissinger en un reciente artículo, la situación actual pone en riesgo los valores de la Ilustración. Existe una seria amenaza de volver al paradigma de “la ciudad amurallada”, previo a las sociedades democráticas, en donde el pacto social se resume en: “obediencia a cambio de seguridad”. En este mundo más polarizado, más politizado y menos libre, una sociedad envuelta en el Internet de las cosas plantea perspectivas orwellianas inquietantes.

Es muy probable que en los próximos años vuelvan a ponerse en duda la democracia liberal y el libre mercado, como ya ocurrió en el periodo de entreguerras el siglo pasado y será responsabilidad de la sociedad asegurar que ese modelo de vida, el que mayor prosperidad y libertad ha generado, sobreviva sin ser suplantado por modelos autoritarios o democracias desnaturalizadas. La Historia no acabó en 1992 como predijo Fukuyama, como tampoco ha acabado ahora. La partida sigue y como siempre ocurre, la ganará el mejor. Conviene que vayamos tomando conciencia de ello porque el resultado dependerá de las decisiones que, como sociedad, vayamos tomando.

Aprovecho para felicitar al Cercle d’Economía por su labor como foro de reflexión e intercambio de ideas, en esta nueva fase vamos a necesitar de ello más que nunca.