Antón Costas «la desconfianza en los expertos»

Dos asociaciones de la sociedad civil balear, la Reial Acadèmia de Medicina de les Illes Balears y el Cercle d’Economía de Mallorca, han organizado esta semana un acto conjunto en Palma para debatir sobre algunas de las cuestiones más acuciantes de esta era. No es habitual una reflexión conjunta desde campos tan alejados en el día a día como la medicina y la economía. De ahí que considere que pueden tener interés para un público más amplio las notas que he preparado para la invitación a participar en ese acto.

El rasgo que mejor define, a mi juicio, el sentimiento popular de la era actual es la desconfianza hacia las instituciones. Tanto hacia las instituciones parlamentarias y judiciales de nuestras democracias y los organismos públicos que regulan la vida económica como hacia las asociaciones y organizaciones de intereses empresariales y profesionales. Más que la división social tradicional entre izquierda y derecha, el elemento que divide hoy a las sociedades democráticas es la desconfianza en este tipo de instituciones.

Esta desconfianza ayuda en buena medida a explicar el éxito de los populismos políticos autoritarios. Los dirigentes populistas han sabido utilizar esa desconfianza para llevar las aguas del resentimiento social hacia sus propios molinos. Y hay que reconocer que lo están haciendo con gran eficacia.

Pero más que la desconfianza en las instituciones en sí mismas, ahora y aquí me interesa y me preocupa la desconfianza en los expertos. ¿Cómo podemos pensar el buen gobierno de nuestras sociedades para afrontar los grandes retos que tenemos sin confiar en los expertos?

Como economista, estoy familiarizado con la desconfianza en mi disciplina. Y tengo que reconocer que hay motivos. Cómo se ha utilizado la economía para legitimar reformas y políticas a lo largo de los últimos treinta años, particularmente desde la crisis financiera del 2008, en beneficio de unos pocos y contra el bien común, es de juzgado de guardia. Pero también hay que decir que algunas de las denuncias más incisivas de ese uso interesado de la economía por la corriente neoliberal vienen de la propia profesión. La última es el demoledor libro que acaba de publicar Binyamin Appelbaum, un conocido economista y editorialista de The York Times , con el muy expresivo título de The economists’ hour: false prophets, free market and the fracture of society.

Pero lo singular de esta etapa histórica es que la desconfianza en los expertos es un fenómeno que se extiende a otras disciplinas, como la ciencia del clima, o la medicina, con el movimiento antivacunas. ¿De dónde surge esta desconfianza en los expertos? Sería fácil pensar que viene de personas con escasa información y poco educadas. Pero no es así. El movimiento antivacunas en Estados Unidos está liderado por padres con educación universitaria. También es el caso en España. Lo mismo ocurre con los movimientos que cuestionan el cambio climático.

Si no es falta de información, ¿qué mueve la desconfianza hacia los expertos? Hay varios motivos. Uno es que los expertos fallan con mucha frecuencia en sus pronósticos, más que los no expertos. Recordemos aquel refrán holandés que advierte que “hacer pronósticos es muy arriesgado, especialmente si es sobre el futuro”. Otro es que su arrogancia en buscar leyes generales del comportamiento humano, similares a las de los físicos, los lleva a utilizar modelos de razonamiento que simplifican al límite las motivaciones, dejando de lado sentimientos, emociones, aspectos éticos o la radical incertidumbre que acompaña al comportamiento social. Pero quizá la motivación más poderosa es la sospecha pública de que los expertos utilizan su conocimiento no en beneficio de la sociedad, sino en beneficio propio y, especialmente, del poder, ya sea político o empresarial, especialmente de las grandes corporaciones multinacionales financieras, tecnológicas o farmacéuticas.

¿Cómo podríamos recomponer la confianza de la sociedad en los expertos? Sugiero dos caminos. Uno es que los expertos hablen a la ­sociedad, y no sólo al poder; sólo así se sacarán de encima el estigma de estar al servicio del poder. Otro es que abandonen su soberbia metodológica y conversen con los especialistas en humanidades, que ven la conducta humana y social desde una perspectiva más amplia.

En este sentido, los expertos son como los erizos de la fábula clásica que recuperó Isaiah Berlin en su conocido ensayo de 1953: saben mucho de una sola cosa, pero nada de lo demás. Al contrario que los zorros , que dominan las humanidades. Quizá en la próxima reunión de mis anfitriones de las islas deberían invitar también a humanistas.

Artículo escrito por Antón Costas y publicado en La Vanguardia

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